La mansión.
Caminaba tranquilamente por una calle cualquiera de la ciudad una noche de un 13 de Octubre a las cuatro y media de la madrugada. Una calle del centro. ¿O era de las afueras? No estaba segura. No me sonaba esa calle. No la conocía. Pero me agradaba, aunque estaba oscuro, admiraba el paisaje, era una calle antigua, la calle asfaltada con piedras blancas y negras, era muy amplia, llena de enormes casas del siglo pasado. Con paso seguro y firme seguía caminando. Me daba igual perderme o no…en mi casa ya no me esperaba nadie desde hacía tiempo. Desde hacía tres años.
Caminé embobada por la belleza de aquellos árboles apenas visibles cuando, de repente, vi una casa.
Era una casa diferente a las que vi anteriormente. Una casa enorme, abandonada, como el resto de mansiones de la calle, donde los insectos, malas hierbas y hiedra parecían sus únicos moradores. Iba a pasar de largo y continuar mi camino sin rumbo, pero no podía. El halo de misterio de la casa me llamaba, me rogaba que entrara dentro, como si la voz sugerente y seductora de un ángel me estuviera susurrando al oído: <
Y a mi me encantaban los ángeles.
Sin dudarlo ni un minuto más entré curiosa en la morada por la puerta, que estaba abierta, y me coloqué en el jardín oscurísimo. Me dio un escalofrío que me recorrió desde la punta de los pies hasta la cabeza, pasando por la columna vertebral. Miré hacia mi espalda asustada y no vi nada, la típica reacción que haría todo el mundo cuando está solo en la oscuridad, a ver si veía a alguien o algo. Pero, claro, era de noche, y no podía distinguir nada del todo bien, ya que la farola más cercana a aquella casa se encontraba a veinte o treinta metros. <
Pero, al llegar de nuevo a la puerta, en mi cabeza escuché otro susurro. Un susurro del mismo ángel que no existía. Del ángel que me invitó a entrar en esa casa. Esta vez el susurro le dijo: <
Y yo, como una tonta hipnotizada le hice caso.
Entré por segunda vez en el jardín y caminé hasta la puerta de la entrada. La intenté abrir. Pero no pude. Di puñetazos y patadas con rabia a la puerta, para echarla abajo. Lo único que conseguí fue que me sangrase la mano.
Me escupí sobre la mano dolorida. Para limpiar la herida.
--¡Ah!- Me quejé, cogiéndome la mano herida, la derecha.
Me apoyé en la puerta y me dejé caer lentamente. Tras hacer eso, la puerta se derrumbó y calló al suelo con un estruendo.
Esbocé una sonrisa vencedora y entré en la casa lentamente.
La leve iluminación de la farola que apenas alumbraba el jardín desapareció dentro de la casa.
Busqué en el bolsillo de mi vieja chaqueta negra de cuero y encontré el mechero me que lanzó a la cabeza-sin querer- el batería del grupo de música en que trabajaba. Un mechero cualquiera. El típico mechero transparente de color verde que te vende una china en un bar de tapas.
Lo primero que vi fue la entrada. Una entrada bastante grande. Pero no vi nada más a primera vista. Nada más excepto polvo. Me adentré un poco más en la casa y me di cuenta de que delante de mí se extendía un pasillo, un pasillo terriblemente largo. Parecía muy pesado recorrerlo entero. Pero tenía tanta curiosidad que empecé a caminar pausadamente por el largísimo y estrecho pasillo. No había ninguna habitación en las paredes laterales del pasillo. Cuando iba por la mitad del pasillo al encendedor se le acabó la gasolina y se apagó. Fruncí el ceño mientras le daba con energía a la ruedecilla del mechero, haciendo intentos inútiles para que se encendiera otra vez. Otra estúpida reacción humana. Estaba tan ocupada intentando que el mechero resucitara que no me di cuenta de que al fondo del pasillo había una habitación con una gran puerta. Una puerta tan vieja como la de la entrada de la casa. Sólo que ésta está entreabierta. <
Abrí de par en par la puerta. Ésta chirrió de una manera muy ruidosa. Antes de entrar, asomé la cabeza ligeramente, para ver si había algo raro o estaba dentro alguien-Mi tercera reacción boba de la noche-. No había nada ni nadie, como era de esperar. Sólo una enorme habitación con forma circular. Con el suelo de mármol. Las paredes circulares llenísimas de retratos de, lo que seguramente fueron los antiguos habitantes de la gran casa. Una mujer, un hombre y una niña pequeña.
Entré del todo en la habitación. Me fijé también en que en una parte que no había cuadros había una ventana. Me acerqué a ella, miré desde ésta. Ya había amanecido, así que el mechero ya no me servía. Desde la ventana se veía el jardín de atrás de la casa. Pude apreciar que había una estatua. Una estatua de un ángel. El ángel estaba de pié. Llevaba una túnica. El cabello estaba a la altura de los hombros. La estatua era completamente de bronce. Excepto la parte de las alas. Eran enormes e inspiraban respeto, unas alas hermosas, pero que en vez de bronce eran de plata. O un material parecido.
Cuando aparté la vista de la ventana me di cuenta de que al lado mía había una puerta que estaba completamente abierta. Entré en ella.
En esta recién descubierta sala no había nada. Ningún cuadro. Ningún mueble. Ninguna puerta. Sólo una escalera.
Sin pensarlo dos veces, subí. La escalera era bastante amplia. De un mármol grisáceo, que, seguramente, cuando vivía aquella familia allí, ese mármol era blanco. En el piso de arriba había otro pasillo. Un pasillo mucho más corto, mucho más ancho y, en este, había muchas puertas por las que entrar.
Entré una por una. En la primera había un cuarto de baño antiguo. Con una bañera, algo parecido a un WC, de esos antiguos sin cadena, sino con un agujero. También había una especie lavabo con una palangana y un cristal roto; en otra, había una habitación que parecía de matrimonio, una cama con una colcha descolorida que antes fue de color rosa palo, había una ventana que daba al jardín de la estatua del ángel y un armario enorme, donde no había nada dentro, salvo polvo y telarañas; entré en la siguiente puerta, dentro había la habitación de lo que seguramente, hace mucho tiempo fue una niña. Una habitación con las paredes rosadas, una pequeña cama llena de viejos y sucios osos de peluche, un armario y un baúl, donde dentro había infinidad de viejas, sucias y tétricas muñecas de porcelana; junto al dormitorio de la pequeña había una habitación que me llamó mucho la atención, estaba repleta de lienzos, todos estaban llenos de bocetos, o de retratos parecidos a los que encontré en la puerta circular, tal vez sería la habitación del pintor, si es que tenían; después, entré en otra habitación que era menos cuidada que las otras. Una más sencilla. Con una cama normal-normal en la época de la casa-, un armario y un escritorio que no parecían costar demasiado dinero, la habitación del sirviente, si los antiguos moradores tuvieran uno; en la última habitación había otras escaleras parecidas a las primeras que encontré.
Unas escaleras que conducían a un desván. Un desván con infinidad de baúles, armarios, cajas… y poco más.
Cuando iba a dar media vuelta y dar por concluida la visita, que sólo me había hecho perder el tiempo, escuché una voz. Una voz seductora, la misma voz que me invitó a entrar en la casa en ruinas.
--Te estaba esperando, Samantha-Me dijo esa voz.
Me volví y vi a una mujer, casi al lado mía, con los brazos cruzados y una sonrisa seductora, muy atractiva, un cuerpo esbelto, con el pelo entre castaño y rubio, con un traje bastante ajustado del mismo color que sus ojos, totalmente negro.
--¿Cómo sabes mi nombre?
--Y, créeme, no sólo sé eso.
--¿Qué?
--Que no sólo sé que te llamas Samantha, sé, por ejemplo, que vives sola, en esta ciudad. Que tienes 19 años, que trabajas en un grupo de música, como vocalista, que tus padres murieron hace tres años en un…”accidente”- La palabra “Accidente” la dijo con un leve sarcasmo.
--¿Por qué me llamas? ¿Por qué sabes todo eso de mí? ¿Por qué dices eso de mis padres? ¿Sabes algo acaso?
No me lo podía creer. No me lo quería creer. Me palideció la cara, sentí que las piernas me fallaban, que me faltaba la respiración. Me comunicaron hace tres años que mis padres habían muerto en un accidente de coche. Cuando sólo era una cría, con 16 años. Cuando volvían de un viaje. ¡Un accidente de coche! ¿Cómo de repente una desconocida sabía todo eso de mí? Sabía mi nombre, dónde vivía, qué edad tenía, en qué trabajaba…Lo sabía todo sobre mi vida. No podía ser.
La mujer, que tenía que tener pocos años más que yo, me dedicó una media sonrisa.
--Yo maté a tus padres.
--¡¿QUE TU QUÉ?!
Y para colmo me soltaba eso. No lo pude evitar, cogí lo primero que alcanzó mi sangrienta mano
-creo que era una barra de algo muy duro, hierro o algo así- Y corrí con la barra alzada para golpear a esa maldita zorra en la cabeza. Pero ella se apartó y me pegué tal leche contra el suelo que levantó el polvo de las cajas y los viejos muebles, por no hablar del suelo. La chica se acercó pausadamente hacia mí, cuando estaba justo delante de mí, se puso en cuclillas para que pudiera ver en su asquerosa cara una expresión de felicidad que yo no comprendí.
--Yo maté a tus padres. Y ahora te mataré a ti.-Su sonrisa aumentó.
Con el más grande esfuerzo que hice en mi vida, pude articular una sola sílaba:
--No.
Cuando estaba a punto de hacerme a saber qué, en el momento más terrorífico de mi vida, me levanté rápidamente y eché a correr. No me apetecía mucho morir asesinada con 19 años, siempre pensé que moriría de vieja, la mortalidad más normal. Pasé a la velocidad de la luz por la escalera, el pasillo, la entrada… ¡La entrada! Si salía de la casa tal vez sobreviviría. No me había alcanzado. Eso creía…
Pero sí que lo había hecho.
Ella estaba en la entrada. Esperándola tranquilamente. Con lo ojos clavados en mí. ¿Cómo me había adelantado? ¿Magia? Imposible, hacía tiempo que había dejado de creer en ella. La extraña mujer alzó la mano.
Al levantarla se amontonó una carga de energía o a saber qué, y me lo lanzó. Me cayó en el brazo Me volví a plantear si la magia existía. Puse una mueca de dolor. Y coloqué la mano sobre la parte en que el… ¿hada? Me había dañado. Aunque, para mi sorpresa, al colocar la mano la quité de inmediato, como cuando tocas el fuego. Tenía una quemadura. Miré sorprendida a la que le lanzó esa cosa. ¿Cómo lo había hecho? Eran demasiadas preguntas en tan poco tiempo.
El hada volvió a coger de la mano otra descarga de energía. Pero esta vez la esquivé.
Tenía que irme de allí. Como sea. Si no, moriría.
Me levanté a toda prisa y seguidamente le di un empujón lo más fuerte que pude y volví a correr. Salí rápidamente a la calle, pero… ¡No había nadie por la calle! Aunque eso no me detendría. Otra vez a correr. Pero me detuvo algo. Como si estuviera paralizada. Noté cómo me faltaba la respiración. No podía seguir corriendo. Me llevé las manos al cuello y caí de todillas al suelo. Me estaba asfixiando.
--¡No! ¡Basta ya!- hice una mezcla entre grito y llanto cuando dije aquello.
--Como me divierte ver a la gente cuando se está muriendo…-La chica me estaba asesinando de una manera que yo no podía ni tan si quiera explicar… ¡Con lo fácil que hubiera sido darme un disparo con una pistola y morir rápidamente! El hada-o lo que fuera- no me estaba ni rozando, era increíble, como en los libros de fantasía o en los comics que leía de pequeña.
Un segundo antes de desmayarme, sentí como si alguien me cogiera en brazos y me la llevaba a algún sitio. Pero estaba demasiado débil como para mirar quién sería. ¿El hada? ¿Alguien que vino a salvarme? ¿O simplemente era imaginación mía?
Capítulo segundo.
Locura.
Lo primero que sentí fue que estaba tumbada en una cama o algo así, muy cómoda, como si fueran plumas. Repasé con la palma de la mano el colchón, daba una sensación muy agradable tocarlo. Entreabrí los ojos y me di cuenta de que estaba en una habitación que me sonaba mucho, pero no era la mía. Me levanté lentamente y anduve por la habitación… ¿De qué me sonaba aquel dormitorio? Cuando tenía en la punta de la lengua el lugar, se abrió la puerta y di un respingo. Entró una niña. Era una niña muy bonita, de unos siete años. Tenía el pelo entre castaño oscuro y pelirrojo, hasta la mitad de la espalda, muy rizado y brillante, recogido con un lazo de color rosa más grande que su pequeñita y delicada cabeza. Tenía unos ojos azules cristalinos que me miraban con inquietud y alegría, una piel de tez muy blanca, llevaba un vestido del mismo color del enorme lazo, era un vestido de aquellos que se ponían a principios del siglo XVIII. Me di cuenta de que llevaba una muñequita de trapo casi tan bonita y sonriente como ella cogida de la manita delicada y blanca.
De repente la niña me dijo:
--¡Te has despertado!
Fue corriendo hacia mí y me dio un abrazo. <
--Perdone a mi hermana- Oí tras de mí. Era una voz masculina- Es incontrolable
Me di la vuelta y vi a un chico, creo que de mi edad. Era bastante alto, con el pelo de un rubio oscuro. Tenía una piel tan blanca que parecía un fantasma, unos ojos preciosos entre verde y azul oscuro, como el mar. Era muy guapo, la verdad. Vestía un traje muy elegante color negro y, le sentaba bastante bien.
--¿Quiénes sois?-Les pregunté.
--Eric. Y ella-Dijo señalando a la niña- Es mi hermana Angela.
--Hm… ¿Y que hago yo aquí?
--La encontramos en la puerta de nuestra casa tirada en el suelo.-Recordé a la mujer del mono negro-Estaba desmayada y con una herida en el brazo. Lleva dormida dos días.
Entonces, recordé donde estaba. Estaba en la casa abandonada. La última vez que vi esa casa estaba llena de polvo, y totalmente impersonal, y ahora, como si el tiempo no hubiera pasado.
--Oye, Eric.-Dije.
--¿Si?
--¿A qué fecha estamos?
--15 de Octubre.
--Dime el año también.
--¿El año?-Puso una cara extraña, la verdad es que no es muy normal preguntar el año porque eso, creo yo, se suele saber- 1813.
--¡¿1813?!
¿Cómo de repente había vuelto casi doscientos años atrás? ¿Cosa de la mujer de hace dos noches?
--Lleva dos días sin comer. ¿Tiene hambre?
--No, pero… ¿Me puedes tutear?
--Como quieras-Me lanzó una media sonrisa y salió de la habitación junto con su hermana cogida de la mano. En cuento cerraron la puerta fui corriendo a abrir el baúl de Angela. Encontré las mismas muñecas de porcelana que vi hace dos noches, sólo que estaban más limpias y con caras más dulces. Siempre me gustaron ese tipo de muñecas, frías, delicadas, dulces y misteriosas. Aunque, obviamente, no me gustaban cuando están tan viejas y sucias que parecen diabólicas.
Miré por una de las ventanas de la habitación. Decorada delicadamente con espirales pintadas de colores rosados. Vi la entrada, las casas que se veían no eran las mismas que vi la primera vez que pasé por allí. Todas eran enormes, pero no tenían comparación con ésta. Detrás de las casas de podían ver muchísimas montañas, hermosas, fértiles, predominaba el verde. El cielo estaba despejado.-algo muy raro en mi ciudad- . Me perdí mirando el paisaje, tampoco se veía gente, seguramente sería temprano-o muy tarde- Intenté recordar dónde se encontraba mi pequeño apartamento de cincuenta y tres metros cuadrados en el centro de la ciudad, mientras intentaba situarme en qué barrio estaba, apareció Eric.
Se sentó a mi lado y me miró.
--¿Qué? –Pregunté. Se me hacía desagradable que me miraran fijamente.
--Samantha, ¿Qué edad tienes?
--Diecinueve. ¿Y tú?
--Eh…dieciocho. Por cierto, ¿Por qué me preguntaste en qué año estábamos? Creo que es bastante obvio.
--Eh…Es una larga historia…-y no quería contarla.
--Tengo toda la paciencia del mundo- Clavó sus ojos en mí mas todavía. Puedes empezar.
--No sé como explicarme…Es que no lo entiendo ni yo…Eh…Bueno, yo volvía de un…concierto y terminamos más temprano de lo previsto, así que me fui a dar una vuelta por la ciudad…y entré en tu casa. Estaba abandonada.
Eric me interrumpió.
--¿Abandonada?
--Calla y escucha- Fui bastante desagradable, pero yo soy así.
Continué con mi historia.
--Cuando llegué al desván me encontré con una mujer que me intentó atacar. Salí huyendo de la casa, pero me volvió a atacar y me quedé paralizada…Después me desmayé…Y cuando me he querido dar cuenta estoy aquí, en una casa de personas que no conozco…y sola-Me sentí la garganta seca y rompí a llorar.- Es extraño de explicar, pero…No…No soy de tu época...quiero decir, que…Soy de lo que se podría decir… del… futuro…
Las cuatro últimas palabras, entre hipos y lágrimas me fueron especialmente difíciles de decir.
En su cara de incredulidad sólo se escucharon dos palabras.
--Estás loca.
¡Y creía que yo era desagradable! ¡Él era cien veces más borde!
Me levanté de la cama bruscamente y salí de la habitación, Eric también se puso en pié.
--Te puedo acompañar al bañ…
--¡¡SE PERFECTAMENTE DONDE ESTÁ!!-Le interrumpí histérica y dejé claro que salí de la habitación con un portazo.
Salí a grandes zancadas de la habitación y entré en la primera habitación que vi, la que estaba justo enfrente de la habitación donde me desperté, el baño. Pero a pesar de estar segura de que ese era el servicio, me equivoqué y entré en la habitación de los cuadros. Para mi sorpresa, encontré en un lienzo un boceto mío-bastante bien hecho- Durmiendo. Lo rocé con e dedo y lo cogí para examinarlo de cerca. Me habían dibujado…En ese instante, entró Eric.
--Te dije que debería de acompañarte a ir al servicio…Y has terminado en mi habitación.-Hizo una pausa y se dio cuenta de lo que tenía en mis manos. Lo he hecho yo. ¿Te gusta?- Me dijo con una amplia sonrisa.
Pero yo, la verdad es que no estaba para sonrisas, así que me aferré con muchísima fuerza al lienzo con mi retrato a carboncillo, abrí la ventana y lo lancé con todas mis fuerzas. El cuadro salió disparado y dio a parar a la cabeza de la estatua del ángel. La estatua quedó intacta, pero el cuado se rompió en dos. Eso le pasa por retratar a alguien sin el permiso de esa persona.
--Ay, dios…-Eric se quedó más blanco de lo que estaba mientras se puso una mano en la cabeza y cerraba los ojos.- Qué paciencia tienen que tener tus padres…
Odiaba que nombraran a mis padres, sobre todo ahora, que, según aquella mujer, habían muerto asesinados- noté que me fallaban las piernas cuando me caí de rodillas al suelo. Me sentía como si me fueran arrancado el corazón y estuviera muerta. Eric se puso en cuclillas delante de mí y me miró.
--No hagas bobadas y haz el favor de levantarte.
No tenía ni puñetera idea de cómo me sentía yo. Era sólo un niñato mimado que, al menos, fingía tener
Una educación que no poseía. Un insensible, un borde…Resumiendo, era idiota.
Me puse en pié y fui a la habitación donde comenzó esta Odisea. Me tumbé en la cama –casi tirándome en ella por enfado, la tristeza y el agotamiento- Eric me siguió. Estaba empezando a odiarle. Cada vez que abría la boca me parecía más idiota de lo que ya podría ser. Me di media vuelta, dándole la espalda, cogí aire, cerré los ojos y con mucha dificultad pude decir:
--Mis padres están muertos.
No pude ver la cara que puso-Me negaba a ver su cara bonita-Pero seguramente fue de sorpresa.
--Lo lamento.
--No tienes la culpa.
--Lamento haberte dicho loca.
Suspiré con fastidio.
--Cállate.
Nos quedamos un buen rato en un tenso silencio que prefería mil veces antes que volverle a oír hablar. Cuando se escuchó abrir la puerta.
Me di la vuelta y vi a una mujer de cara similar a la niña-Seguramente sería su madre- Tenía unos ojos marrones muy claros y el mismo pelo rubio oscuro de Eric. Se me antojó que tendría unos treinta y largos. Me di cuenta de que detrás de ella estaba Angela. Agarrada la misma muñequita de antes.
--He oído gritos. ¿Qué ha pasado aquí, Eric?-Dijo la mujer.
--Ha despertado.-Dijo señalándome.
Me di media vuelta y me levanté de la cama.
La mujer me miró de reojo y se acercó.
--Hola, mi nombre es Jane, soy la madre de Angela y Eric. Discúlpeme por no haber aparecido con anterioridad, pero me encontraba ocupada.-Me dijo tendiéndome la mano. Con esa forma de hablar, parecía una camarera de un caro restaurante
--Eh…Mucho gusto-Le cogí la mano en señal de presentación.-Soy Samantha.
--Tiene los ojos rojos, ¿está bien?
--Perfectamente-Contesté mirando de reojo y con recelo a Eric.
--Si me disculpa, voy a preparar la cena…Ya va siendo hora.
--Un momento...-Callé un segundo para recordar el nombre-Jane Me gustaría decirle que no me parece bien que me hablen de usted, ¿Le importaría, si no le es mucha molestia, tutearme?
Aunque no me iba a llevar bien con Eric, no tenía por qué ser así con su familia. Así, si tenía una extrema educación, simpatía y bondad tal vez se pondrían, al menos un poco, de mi parte.
Jane hizo una cortísima pausa. Después dijo:
--Claro. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí, Samantha?
Esa pregunta no me la había planteado. Me quedé callada un minuto por lo menos mirando sorprendida a Jane y le dije:
--La verdad… Es que no lo sé.


2 comentarios:
Coña...que pedazo imaginación tienes!!!
Ala, 200 años, vamos, en tiempos de la tatarabuela de mari castaña no?¿ xD
La chica me empieza a caer bien, el tío es verdad que es un poco idiota y tal, pero bueno.
Me gusta mucho, ya creí que no lo colgarías nunca ^^
Jo, que bien escribes :P
¡¡Síguelo, síguelo!!
Uy, gracias!! ^///^
Esque hay que dejar de leer revistas y empezar a leer libros en condiciones, coña! XDD así uno aprende XDDD
Bueno...
La chica en principio se llamaba "Coral" Pero dije..."No, que queda mu agilipollao" Me quedé tres segundos pensando y..."POs Ale! Samantha, que queda cool!"
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